El 8 de octubre de 1848 se inauguró la primera línea de ferrocarril de la península entre Barcelona y Mataró, gracias al empuje del mataronés Miquel Biada i Bunyol. Casi nueve años después, el 10 de enero de 1857, el recorrido se prolongó hasta Arenys de Mar, con lo cual Caldes quedó unida a la Ciudad Condal. La llegada del tren —celebrada como un gran acontecimiento— cambió la vida de esta villa marinera, favoreciendo el fenómeno del veraneo.
En aquel tiempo circulaba un tren, llamado La Flecha de Oro, que salía de Caldes a las 8 de la mañana directo hacia Barcelona y que hacía el recorrido inverso a las 8 de la tarde. Era todo un espectáculo contemplar su llegada, cosa que a menudo hacía más de un vecino curioso.
Detrás de la estación se acondicionó un gran parque arbolado que se convirtien lugar de reunión y punto de referencia para todos los que iban y venían en el tren. Josep Brunet en L’Avenç (agosto de 1890) nos lo describe así: «Lo que más sorprende al que llega aquí por primera vez es la hermosura de verdor y frondosidad del pequeño parque o jardín de la estación, y que la empresa del ferrocarril tiene un especial cuidado en cultivar debidamente para que guarden su natural belleza las plantas y árboles; es tanto el espesor de las hojas que no deja pasar los rayos de sol ni a medio día (…) dando al jardín una abundancia de sombra y frescor».
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