Esta pequeña capilla guardaba una imagen de la Virgen de madera pintada y con el rostro ennegrecido que, sentada, sostenía en la mano derecha un ramillete de flores y en la izquierda al Niño. La imagen que podemos admirar hoy en día data de los años cuarenta del siglo XX, ya que la antigua desapareció durante la Guerra Civil.
Cabe destacar que la Virgen del Remedio, patrona de Caldes, es la única de las de su nombre con una historia propia. Esta advocación está documentada en Caldes desde el año 1657 por el fraile dominico Narcís Camós.
Camós explica que el hallazgo de la imagen se debe a dos vacas de can Simón (posteriormente, can Busquets) que cuando salían a pastar se separaban del grupo y se dirigían siempre hacia el mismo sitio, situado a un nivel más bajo que la iglesia, bramando. Esto llamó la atención de los vecinos, que hurgando en el sitio encontraron la imagen de la Virgen. En aquel mismo punto se erigió una pequeña capilla para recordar el sitio donde aquellas dos vacas habían indicado la presencia de la Virgen encontrada.
Hoy, dentro de la capilla podemos ver el surco de tierra donde fue hallada la Virgen. La imagen, colocada en el altar de San Telmo en la iglesia de la población, se desplazó milagrosamente, situándose en el retablo mayor, indicando así que quería convertirse en la principal advocación de la población.
Se narran más hechos milagrosos atribuidos a esta imagen.
Durante un saqueo de los corsarios turcos, los piratas entraron en la iglesia de la población, de donde intentaron llevarse la imagen de la Virgen. Pero solo pudieron acarrearla hasta el lindar de la puerta, ya que llegados a ese punto, no podían moverla. Al cabo de un rato llegó a la iglesia el señor Montserrat Pi, quien viendo la imagen en la puerta, la devolvió al altar mayor dándose cuenta de que tenía un dedo (otros dicen que un brazo) roto. Montserrat Pi le recolocó el miembro y a partir de aquel momento la Virgen le otorgó el poder de curar, con medicamentos que él mismo elaboraba, y ensalmar los huesos y articulaciones de los brazos.
Cuando Montserrat Pi murió, su habilidad se transfirió a su hijo y después a su nieto, hasta que, poco a poco, el don se fue perdiendo.
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